Estamos enfrentando el colapso del sistema bipartidista, que tiene casi 20 años de agonizar y que se ha negado a morir porque los diputados no han querido reformar las reglas electorales.
por: Esteban Mata / 31 enero, 2022
De unos días para acá algunos amigos y colegas me preguntan, como de fijo le preguntan a mucha otra gente, ¿por quién votar?
En primera, siempre agradezco que por lo menos tengan curiosidad por saber qué piensa uno, sin embargo, está claro que a estas horas del partido, esa es la pregunta que gana en las encuestas.
Yo no voy a ser tan irresponsable para decirle a alguien por quién votar. Luego, a la larga no le gusta lo que hace el candidato o la candidata que le recomiende y ¡zas! van a creer que soy otro embarcador vende humo de esos que se juntan por montones en redes sociales y en todas partes.
Incluso, me abstengo de decir específicamente por quién NO votar. Pero no voy a decir nombres sino, lo que pienso en torno al escenario que enfrentamos de cara a los perfiles de las candidaturas.
En sencillo: el voto es un ejercicio de conveniencia, ya no de ideología.
Estamos enfrentando el colapso del sistema bipartidista, que tiene casi 20 años de agonizar y que se ha negado a morir porque los diputados no han querido reformar las reglas electorales.
Aún no hay suficiente fuerza política para derribar las estructuras montadas en el Código Electoral por las agrupaciones que dominaron la esfera política la segunda mitad del siglo 20.
Y a pesar de que ya se han ido destruyendo sus estructuras y podemos palpar la fragmentación política como un fenómeno propio del fin de un periodo de bipartidismo respaldado por una fuerte clase empresarial, lo cierto es que a estos viejos muchachos el juego ya se les está yendo de las manos.
Por su puesto que a los grupos de poder no les interesan las ideologías, sino los escenarios de conveniencia (como debería sucedernos a nosotros). La diferencia es que ellos piensan con la visión gerencial de quienes buscan mayores rendimientos en función de sus inversiones electorales, mientras que nosotros, sí, aceptémoslo, seguimos, en muchos casos, votando con el corazón.
Y es aquí (si es que has llegado leyendo hasta aquí) que notamos cómo la inversión electoral de los financistas de campaña apelan a nuestras emociones y sentimientos más primitivos para que escojamos a nuestros gobernantes.
Menuda estafa. Nos hacen escoger con las emociones lo que debería ser una elección racional.
Si ponemos atención a las propuestas electrorales, los que tienen más presupuesto utilizan costosísimas producciones de mercadeo político para ofrecernos soluciones instantáneas en treinta segundos para problemas estructurales que tienen 70 años de estar pudriéndose en nuestro aparato estatal.
Así las cosas, mientras te hablan de reactivación económica para prometerte trabajo y educación, o se comen un casado en el mercado aunque les cueste una mentada de madre, lo cierto es que para muchos, su verdadera agenda, es la que acuerdan con los donantes de campaña, con sus compañeros de proyectos y muchas veces con su eventual equipo de ministros.
Es como la magia. te hacen ver una mano mientras mueven con astucia la otra. Y no lo juzgo como algo estrictamente malo, sino, como una costumbre que deberíamos romper.
Yo no te digo por quién votar, te digo que no votes por quien no tiene una agenda clara y quienes son los grupos económicos que están detrás de estas personas.
Quien está detrás del candidato, quien le sostiene económicamente, dictará, al final del día, el rumbo de las decisiones del próximo gobierno.