Y mientras seguíamos en camino por San Miguel, Usulután y Zacatecoluca, los diarios destrozaban la gestión de Nayib Bukele: Mascarillas mal adquiridas, violación a la ley electoral, mal de uso de recursos públicos, incremento de homicidios y distorsiones del erario público.
por: Aarón Chinchilla / 19 marzo, 2021
Managua, Nicaragua.- Ni una hoja se mueve en la capital del segundo país más pobre de América. Solo un borracho camina en una calle adoquinada mientras los perros callejeros le ladran al unísono.
Son las 2:25 de la madrugada y mientras unos 20 pasajeros esperamos abordar un bus que nos lleve hasta San Salvador (la capital del sexto país más pobre de América).
Toca ventana en este bus que hasta ayer era de Tica bus y hoy dice en su costado naranja Cristóbal Colón. Afuera, el borracho se cae en la vereda. Los perros le huyen asustados y el hombre, por el golpe o por su resaca, reposa en la acera tibia.
Llevamos más de 400 kilómetros de crónica desde nuestra salida de San José y en menos de 12 horas, sumaremos dos fronteras más hasta las tierras del presidente youtuber, Nayib Bukele, en el corazón de las maras centroamericanas, en la punto donde nacen las caravanas de migrantes, el corazón del llamado Triángulo Norte: la zona más peligrosa del mundo.
DATO DURO: Honduras sigue siendo uno de los países menos pacíficos del mundo y la región: ocupa el puesto 119 de 163 naciones, según el Índice de Paz Global
De pronto, un hombre con saco y corbata anaranjada (igual que el color del bus) se presenta con voz infantil: Mi nombre es Alexander Miranda y les ayudaré en esta travesía de más de 12 horas.
‘Bienvenidos a buses Cristobal Colón y les pido por favor que, antes de abordar la unidad, procedamos en fila y todos con mascarilla’, dice el hombre bajo bajito y de caminar abotijado. Medidas Covid: listas. Sueño: listo. Cansancio: listo, vamos de cara a Honduras, para seguir directo a El Salvador.
Chillan los neumáticos. Quedan atrás las calles, los perros y el borracho en el caño: Ciudad Sandino, Mateare, Nagarote Chinandega El Sauce, Somotillo en medio de la oscuridad y la madrugada.
Con la luz de alba y pintando las seis de la mañana, siento una mano en el hombro y con su voz de niño, me despierta: ‘Oe muchacho, aliste lo´papeles vos para entrar a Honduras’.
DATO DURO: El Gobierno sandinista reporta 176 fallecidos a causa de la pandemia de la Covid-19 y 6.602 casos confirmados del coronavirus SARS-CoV-2
Antes de ingresar a tierras catrachas, un inmenso rótulo algo desteñido, con letras rosadas y pintas amarillas (colores muy característicos en la publicidad de Ortega y la Chayo) nos deseaban ‘BUEN VIAJE’ mientras que, decenas de furgones se turnaban de uno a uno en cruzar el puente de Guasaule, línea fronteriza entre ambos países.
Pasaban 23 minutos de las 6 a.m. y estábamos en Honduras, en una frontera que, a diferencia de las dos anteriores, si tenía presencia de cambistas de dólares y lempiras. Todos amables, pero sin mascarilla. Del mismo modo, estaba sólo una mujer que ofrecía semillas de marañón, en cualquier divisa.
‘Oe (imagine que hay una especie de “y” entre la O y la E), usted es tico ¿va? (Yo y mi acento con erre arrastrada). Le cambio colones, me dice. Quien habla es un hombre de avanzada edad. De lejos, era obvio que conoce la frontera de lado a lado.
¿Colones? ¿y a cuánto?
1 dólar a 700, responde sin pensarlo.
Mae, está a 600, le replico y con gesto de negativa ¡no, no! ¡gracias!
¡Bueno, va pues! y de ese modo, cambié los últimos ¢30 mil que me acompañaban en billete por el istmo, mientras las monedas de 50, 100 y blanquillas de cinco, estarían bien cobijadas en la bolsa de mi jeans azul.
DATO DURO: Honduras inició a finales de febrero del 2021 la vacunación de su personal sanitario con un lote de 5.000 dosis del fármaco Moderna donado por Israel y continuó con 48 mil de AstraZeneca, recibidas bajo mecanismo Covax que impulsa la Organización Mundial de la Salud (OMS)
Rótulos, mascarillas y la orden de no tomar fotos estaban presentes en las oficinas migratorias catrachas. Un trámite que no duró una hora y media. A las ocho de la mañana, el bus placa AB 70-996 empezaba a cruzar una tierra caliente, con militares en las calles, postes de luz con caras de candidatos y las montañas más hermosas (pero agrestes) que he podido ver.
8:52 am. Un militar, con fusil en mano, ingresa a la unidad para observar que todo vaya en orden. Ninguna novedad y avanzamos por Choluteca, Nacaome y Guacirope, hasta dos horas después, llegar al Amatillo, frontera con El Salvador.
“¿Tan rápido?” le pregunté a Dixon, el chofer.
“¡Sí, sí! Vaya a aquellas oficinas, ordena, mientras se come una baleada (tortilla con huevo, frijol y natilla)”, contestó.
Tercer sello en el pasaporte. De seguido, buscamos refugio del sol que quemaba lo que se moviera en una frontera que a diferencia de la tica-nica, estaba plagada de gente, con ventas por donde se viera y montañas secas por el verano.
No se puede decir mucho de Honduras, país que, al día de hoy, supera los 180.000 contagios con Covid-19 en un año de pandemia y se acerca a los 4.400 muertos, según el informe diario del estatal Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager).
DATO DURO: El Salvador está en el top tres de los países de la región con más muertes por covid-19 respecto al total de casos confirmados en cada nación, según advierte el último boletín semanal de vigilancia epidemiológica del Ministerio de Salud (MINSAL), que a su vez tiene como fuente al Sistema de Integración Centroamericana(SICA) y al Centro de Coordinación para la Prevención de los Desastres en América Central y República Dominicana (CEPREDENAC).
Un puente y al otro lado del puente, militares vestidos de negro levantan una aguja para entrar a tierras cuscatlecas. Los dominios del presidente ‘más cool’ del itsmo, según dicen algunos partidos y políticos conservadores.
Pasadas las 11 a.m. y con el neozelandés a la par renegando por el calor, en un inglés de otro continente, vemos que ingresa al bus una mujer del Dirección General de Migración y Extranjería (DGME). Con mascarilla en mano y los choferes bajándose de la unidad, quedamos a merced de Natalia, la funcionaria que nos permitirá ingresar a suelo salvadoreño.
“¿A dónde va?”, pregunta.
Guatemala, respondo.
Prueba Covid, replica y de inmediato presento el documento. Lo mira y sigue con el neozelandés. Ningún sello de entrada. Ningún documento. Un chequeo sin mayor cosa y estamos dentro.
Por segunda ocasión, personal de migración y policía antinarcóticos de El Salvador aborda el bus para constatar documentación migratoria y sanitaria.
Después de la inspección a los compañeros de viaje, la unidad avanza cinco minutos y pasado un predio con árboles secos, llegamos a las aduanas más singulares que mis ojos han podido ver (a medias).
Con militares y perros que revisan equipajes (y sin que uno pueda ver pues no permiten bajarse de la unidad). Militares y policías antinarcóticos que realizan el mismo procedimiento que Natalia, la de la frontera y todo en silencio. El calor ahoga lo que se mueve, los cambistas sin mascarillas se acuestan a pochotes hechos añicos o a bancas improvisadas.
DATO DURO: Hasta el 15 de marzo, los fallecidos a causa de la covid-19 en El Salvador superan los 600, de acuerdo con los datos oficiales.
Pasada la 1 p.m., Alexander, el otro chofer, hace su primera parada voluntaria en una gasolinera: Tienen 15 minutos para comprar cosas.
Lo que corresponde: Una bebida para levantar energías, un sandwich de pollo los periódicos del lugar y un alcohol en gel: Son $8.95 (recordemos que la moneda salvadoreña es la misma que en Washington).
Y mientras seguíamos en camino por San Miguel, Chinameca Usulután y Zacatecoluca, los diarios destrozaban la gestión de Nayib Bukele: Mascarillas mal adquiridas, violación a la ley electoral, mal de uso de recursos públicos, incremento de homicidios y distorsiones del erario público.
Sin embargo, en todos esos kilómetros, las banderas celestes pro Bukele no faltaron. En plena campaña electoral (que posteriormente le otorgaría la mayoría de la Asamblea Nacional), los signos externos del presidente ‘cool‘ (y sus compañeros de partido) no faltaron, mientras en pocos lugares se miraban signos externos del FMLN y Arena, partidos históricos de El Salvador.
Pasadas las cuatro de la tarde, con caravanas en cierre de campaña y una ciudad vestida de celeste, arribamos a San Salvador. A la entrada, un hospital cuidado por militares.
Un centro pintado de blanco en donde no se pueden tomar fotografías y que, según los médicos que trabajan en el, está incompleto y colapsado por pacientes, ropa sucia y carente de equipos.
DATO DURO: Trabajadores de la salud señalaron a La Prensa Gráfica de El Salvador que el hospital no tiene lavandería, la morgue es improvisada, el personal no anda protegido y tiene falencias en infraestructura.
¿Tico? ¡Eso pura vida!, fue el saludo que me dio un hombre con una jacket azul de la flamante obra de Bukele. Y mientras compartíamos tres pupusas de un dólar, el ingeniero eléctrico me empieza a contar orgánicamente sobre el centro.
‘Está a un 60 o 70%. Todavía tiene sus camas. Esperemos que no se llene. Tuvo sus días críticos. Llegamos a tener días que nos llegaron 56 ingresos y unos 5 o 7 muertos. Adentro uno no se entera, porque como mi área es la electricidad, no se sabe. Pero de qué hay varios, hay varios. La gente ya se acostumbró de que hay un virus y ya no le tienen respeto, ni distancia, ni mascarilla. Los establecimientos si cuidan, pero hay gente que no se cuida para nada’.
Un centro de primer nivel, según lo vendió Bukele, pero hablando con funcionarios, quienes rogaron no ser identificados por temor a represalias del Gobierno, señalaron que tiene falencias.
‘Yo estoy desde la construcción del hospital. Luego pasé a ser parte del personal y pues, el trabajo es más por convicción que económico. Yo me metí porque sabía que se iba a necesitar. No mucha gente quería trabajar por el miedo, pero yo no me podía quedar sin trabajo. ¡Tenía que hacerlo! El que estaba antes de mí en la plaza, le entró miedo y se fue. Muchos están así, pero hay que seguir adelante. Yo estoy por convicción. Detrás de lo que hago, se están salvando vidas’, revela.
¿Y Bukele?, pregunto.
Silencio sepulcral. ¡Va pue´ compañero!
Y se aleja cuesta abajo al centro hospitalario ubicado en la Avenida de la Revolución, nombre irónico en un país que sufrió una guerra civil en la década de los ochenta.
Un silencio que refleja la voluntad, esfuerzo y empeño de ‘construir patria’ (según sus palabras) pero que debe mantener por trabajar en el hospital que él, sus compañeros, pacientes con Covid y el youtuber Nayib Bukele conocen.