San José.- 5:05 a.m. Fila en silencio. Como si fuese un mantra, el vendedor de Tica Bus pregunta a cada uno de los pasajeros por la prueba Covid. Si ya pagaron el impuesto de salida. Si tienen todos los papeles en orden. De seguido, con cara de mal dormir, entrega la declaración de aduana nicaragüense y grita ‘siguiente’.
por: Aarón Chinchilla / 16 marzo, 2021
“¡Qué lejos estoy del suelo donde he nacido!
Inmensa nostalgia invade mi pensamiento.
Al verme tan solo y triste cual hoja al viento
quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento”
Antonio Aguilar
San José.- 5:05 a.m. Fila en silencio. Como si fuese un mantra, el vendedor de Tica Bus pregunta a cada uno de los pasajeros por la prueba Covid. Si ya pagaron el impuesto de salida. Si tienen todos los papeles en orden. De seguido, con cara de mal dormir, entrega la declaración de aduana nicaragüense y grita ‘siguiente’.
Alguien tose y todos, con mascarilla, se fijan entre sí. Hay días en que toser se vuelve algo extraordinario.
En la mano llevo un tiquete de ida y sin regreso a través del Istmo centroamericano con la que pretendemos hacer la foto que los costarricenses a veces no queremos ver. La foto de la familia completa, la familia centroamericana que al igual al resto del orbe, se ha impactado por una pandemia que no conoce fronteras.
Esta es la primera de tres entregas sobre la realidad fronteriza que viven nuestras naciones, golpeadas por la pandemia que marca sin duda la memoria del siglo 21.
05:31 am: La unidad 147 placa SJ14635 llega a la terminal de autobuses en Barrio México. El viento humedecía las aceras y los cartones en donde se refugiaban algunos votantes olvidados.
En el mismo silencio con el que nos miramos, empezamos a abordar el autobús. Poco después, Juan Pablo, el chofer, responde a una pregunta distraída sobre los tiempos para legar a la frontera en Peñas Blancas.
“¡Diay mi hermanito! De aquí a Managua son 424 kilómetros según google maps (se ríe irónicamente) y 12 horas de ir sentado. Eso si la cosa no se pone fea en la Bridgestone o en Limonal-Cañas-Liberia”, advierte mientras serpentea entre las calles todavía oscuras de San José, mientras e autobús busca la Ruta 1.
‘¡Es una cagada mi hermanito! Se hacen unas presas ahí vieras’ dice Juan Pablo, el chofer.
06:12: Con doce minutos de retraso, sale el bus hacia el vecino del norte. En los audífonos retumba ‘Sweet Child O’ Mine’ mientras en el bus, a medio llenar, se proyecta una película policíaca.
En la cartelera de cuatro ruedas sigue Bob Esponja, una pelicula de baile y los Avengers: un placebo hipnotizante en medio de las presas y el calor del Pacífico.
06:43 am: Colapso en la General Cañas. El chófer, calvo (no sé si por aguantar semejantes presas) y que arrastra la erre y usa pulsera saprissista, tenía razón. Los muchachos a las órdenes del ministro Méndez Mata y sus tractores nos contuvieron el paso al menos 20 minutos.
Mientras las llantas besan el asfalto y el Wifi no falle, se escriben estas líneas desde un celular con pantalla quebrada. No es una crónica turística sobre el Istmo. Vamos a vivir en primera persona las medidas que se están aplicando en las fronteras y en las capitales centroamericanas.
Procuraremos relatar en primera persona lo que se vive en las calles centroamericanas, sin ningún tipo de intermediario. No se trata de ensalzar lo que venden los gobiernos o medios de comunicación, sino relatar la experiencia en cada sitio, con la gente que brega la realidad de la pandemia.
07:11 am: Un casco amarillo nos permite el paso y la cosa no cambia mucho: Presas hacia Alajuela y sobre la Interamericana. El colapso vial se extiende hasta Manolos. La ruta: El peaje de Naranjo, las entradas de San Ramón, las montañas de occidente, los cañales para luego buscar el Pacífico, Esparza, Orotina, y luego el Pacífico: Puntarenas de largo, para buscar el Pacífico Norte: Abangares, Sardinal, Cañas, Liberia… y todos, moros, cristianos y ateos, con la mascarilla puesta.
Rótulos en el bus advierten que quien se quite la mascarilla o violente las medidas, será sacado del autobús.
10:30 am: ‘Yo voy a ver a mi mama (sic) a Niquinomo. Pero no había podido ir por esta babosada (Covid), Ahora que va mejorando, ahí le llevo unas cositas’, me cuenta Ignacio quien se sienta atrás de mí.
Tiene ojos grandes, amarillentos, usa gorra de los Yankees, una mascarilla que le tapa el bigote y una cadena con el Sagrado Corazón. Cuenta que ‘una noviecilla con la que sale tuvo Covid y lo que lo ‘guardaron’ por 15 días.
‘Si me la hubieran dejado a la par, hubiera estado mejor’ (y se ríe). Pero mirá, ya en serio, ella la vio fea. Al papa y a los hermanos se les pegó eso del Covi (sic). Ya salieron gracias a Dios, pero diay, yo estaba asustado. Es que la gente no se cuida y por lo menos, aquí la gente hace caso, pero allá en Nicaragua, a la gente le vale verga’, dice.
El sol nos quema en la soda donde hacemos la parada del café. Ignacio sale y prende un cigarrillo.
‘Mirá, allá, todo está normal. Al Gobierno le vale turca esa babosada del Covi*. No ve que ni vacunas están poniendo. Allá es sálvese quien pueda y ya´stá. Fijate que tienen a los chavalos yendo a la escuela y sin mascarilla. Allá todos andan apiñados y vale verga”, dice.
NOTA AL PIE: Nicaragua elevó a 176 el número de fallecidos a causa de la pandemia de la covid-19 y a 6.602 los casos confirmados del coronavirus SARS-CoV-2 desde que la enfermedad ingresó al país hace un año, según el informe semanal divulgado por el Ministerio de Salud la semana del 16 de marzo. Fuente: EFE.
Ignacio acepta que más allá de la frontera, la realidad en Nicaragua es muy distinta a la que pintan los medios leales al régimen de Daniel Ortega, desde donde se insiste en que se han tomado las medidas necesarias para mantener todo bajo control y que “el buen Gobierno los está cuidando”
“Uno medio se cuida por lo que pasa diciendo el Ministerio de Salud y lo que sale en la tele. Pero allá, a Daniel y a la chayo solo les importa quedarse y ya. Los demás que se frieguen’, reflexiona Ignacio.
11:15 am. Limonal, Bagaces, Cañas Liberia nos vuelven a hacer la zancadilla. Las presas se hacen doblemente pesadas por el calor guanacasteco, mientras me compadezco del hombre que trabaja pala en mano en medio de una zanja de barro color naranja.
El vapor se dibuja en el asfalto y ni una hoja se mueve en los pochotes. El polvo es protagonista, mientras reniego mi suerte por usar una mascarilla, aunque ciertamente necesaria.
En cuanto a las medidas, todos los pasajeros portaban mascarilla y cuando alguien amagaba retirársela, Juan Pablo, omnipresentemente, gritaba: ‘Señor (a) por favor, colóquese bien la mascarilla’. El alcohol estaba presente en cada kilómetro y lo viscoso no se quitaba con el sol. Hasta Guanacaste, el ambiente era extremo, tanto en lo sanitario como en lo meteorológico.
12:31 pm: Pasando Liberia, La Cruz, Santa Rosa y Cuajiniquil , el bus llegó al punto más extremo de Costa Rica: Peñas Blancas. En fila, compañeros de viaje, Ignacio y unos cuantos europeos con sus grandes mochilas. A lo largo, Juan Pablo espera para seguir el viaje a Managua.
12: 45 pm: Primer sello en el pasaporte y a metros un militar nicaragüense nos mira de reojo. Un fusil de asalto en las manos de un hombre que nos daría la ‘bienvenida’ a la tierra de lagos y volcanes.
En ese momento y por primera vez, recordaba todas las notas que había redactado cuestionando a Daniel Ortega y Rosario Murillo, las revolutas del 2018 en las que participaba como cronista, la ocasión donde la Policía Nacional me tuvo detenido en el puesto fronterizo de Las Tablillas, los pinolillos que me servía mi abuela, La María de Luis Enrique Mejía Godoy y el Cristo de Palacagüina que nacía en medio de las Segovias.
En un flashazo, me encontré entrando a mi otra casa, a la de Amalia, la de Ignacio, la de Ligia mi madre y Juana, mi abuela.
Pasando una guardarraya me encontré con la nostalgia de 600 mil nicaragüenses que viven ‘al sur’ y se la ‘penquean en la rebusca’ al igual que Quincho Barrilete, hoy con mascarilla y un número incierto de muertos, así como un número incierto de vivos que podremos encontrarnos en el camino. Siempre y cuando el militar y los Ortega-Murillo nos dejen cruzar.